“Una cultura humana regenerativa es saludable, resistente, y adaptable; se preocupa por el planeta y le importa la vida, consciente de que esta es la manera más efectiva de crear un futuro próspero para toda la humanidad. El concepto de resiliencia está estrechamente relacionado con la salud, en el sentido en el que describe la habilidad de recuperar funciones básicas vitales y reponerse de cualquier clase de desajuste o crisis. Cuando buscamos la sostenibilidad desde una perspectiva sistémica, estamos intentando sostener el patrón que conecta y fortalece al sistema.”
Daniel C. Wahl
Comenzaré con esta frase que es sin duda esperanzadora además de entusiasta.
Y es que la posibilidad de diseñar una cultura regenerativa abre la puerta a un espacio de creación de significado junto a todo aquello que al individuo rodea. Es una visión abarcativa de relacionarse con el medio y que invita (por lo menos) a una mirada en escala planetaria; quizá esta podrá ser la primera demarcación para poder comprender el alcance real de nuestro impacto.
Siendo sí, somos participantes presentes del fenómeno de la vida y, dadas las circunstancias históricas que vivimos, la configuración de un nuevo modo de habitar es bastante urgente. Siento, en realidad, que deben ser muy pocas las personas que no intuyen la destrucción progresiva del planeta cuando pensamos en el modelo de vida que llevan las sociedades modernas. Y hasta ahí, el ejercicio comunicacional está satisfecho, es decir, creo que la gran mayoría ya nos damos cuenta de que este ritmo y estilo de vida conduce al humano, como colectividad, hacia un lugar donde su conservación no es sostenible. Hasta ahí bien. El problema ahora, es que la parte de la población humana que es activa y consciente (desde luego) de que son los propios hábitos humanos los que dieron origen y prolongan en el tiempo la devastación, es extremadamente baja. Si tan solo más individuos tomaran acción desde esta escala sistémica de entender el día a día, sin duda el futuro de nuestras sociedades tendría un mejor pronóstico.
Cuando escribí que dicha cita me convocaba, fue por el concepto de “cultura regenerativa”. Siendo ésta (para mí) la construcción de espacios para que la función creativa de la naturaleza pueda desplegarse e irrigarse como un caudal en movimiento y así, a través de la modificación de paradigmas de acción humana sea posible experimentar –con cualquiera de los cinco sentidos– el proceso de regeneración que ocurre (en él) una vez que un individuo ha facilitado o impulsado una acción que fomente la vitalidad del ecosistema que habita.
Continúa el autor de la cita inicial, invitando a dirigir la atención en las relaciones con el entorno y la salud del organismo planetario en su totalidad. Y esto nos presenta una palabra clave; la instancia más básica para comenzar a construir relatos conducentes hacia la regeneración de lo que sea: las relaciones. Acá, también, es donde aparece una pregunta que me saluda constantemente, el cómo me relaciono con aquello con lo que me relaciono. Y me parece una pregunta fascinante y constante movimiento, ya que afectando el campo de lo relacional, es decir, el sentido y significado de las acciones que transcurren durante el día, es que se va transformando el tipo de impacto que se ejerce sobre el planeta, garantizando un tránsito profundo y sostenible en el tiempo, volviéndose (este impacto) un instancia evolutiva y de crecimiento tanto personal como colectivo, pues el impacto que inyecta vitalidad al entorno, se ha ejercido siempre, sin lugar a dudas, sobre el individuo mismo.
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